Una vez perdió su condición de residencia de los señores feudales y fue vendido, el Castillo inició un período de decadencia donde, dependiendo de cada época, se le dio un uso: almacén de materiales de construcción, taller de barriles, refugio durante la guerra civil, etc. En 1945, Joan Recasens decidió establecer un taller de cerámica que estuvo activo hasta el año 1960. Para poder cocer las piezas que realizaba tuvo que construir un horno, que aún se conserva.
A pesar de ser construido en el siglo XX es de tipología tradicional. Tenía tres pisos. El inferior, llamado «fogata», que tenía la puerta en la sala de la antigua cocina, era donde se quemaban los fajos de leña y, en un piso desaparecido, se cocían las primeras vasijas. En el piso superior, llamado «cuarto de carga», se accedía por una puerta situada en la zona de las escaleras, donde se colocaban para cocer la mayor parte de los objetos: cántaros, cangilones, huchas, tiestos, bebederos y comederos para animales entre otros productos. La salida de humos era por el rellano de las escaleras nobles. Llegaba hasta los 800 grados centígrados.